Opinión. Martín Elías Díaz Acosta: Una llama al viento

Por: Ángela María Alzate Manjarres

“Era una llama al viento y el viento la apagó”.

Todos somos llamas al viento, como diría Porfirio Barba Jacob. Vamos por la vida pensando que existir es para siempre, perdiendo momentos de alegría, renunciando a instantes de dulzura, guardando palabras de amor que otros esperan (y necesitan), dejando para un momento posterior experiencias que deberían ocurrir hoy, aplazando el abrazo y la caricia, dejando en puntos suspensivos un beso.

La vida es fugaz y frágil, tal vez eso la hace tan bella. En un instante vibramos con toda la fuerza de un alma enardecida, y al siguiente minuto, cualquier cosa: una bala, una explosión, un desastre, un accidente de tránsito, la irracionalidad de otro… simplemente apagan el fuego y lo que era un ser humano, con una historia, con emociones, sueños y proyectos, con alegrías y nostalgias, con una familia y un círculo de afectos, con talentos y horizontes de porvenir… Simplemente se torna en un cuerpo inerte, ya sin recuerdos, ni lazos, solo una vida apagada reposando en un frío insoportable: – el de la muerte -. Vano es guardar rencores o tener cuentas pendientes, estúpido aplazar el disfrute del presente y torpe guardar cualquier cosa – un vestido hermoso, una joya, una sonrisa – para una ocasión especial. Es vano, porque nadie tiene prometido el mañana, porque ni la niñez, ni la juventud están blindadas ante el manto negro y lúgubre que puede atrapar a cualquiera y llevárselo para siempre. Porque la huesuda está a la vuelta de cualquier curva en la carretera, al otro lado de todas las vías, en la corriente de los ríos, flotando en el aire… Porque cualquiera, incluso el más sano y vital, puede marcharse sin previo aviso, dejando tras de sí solamente el desconcierto y la tristeza.

El Viernes Santo partió de este mundo el gran cantante Martín Elías Díaz. Nadie tendría como pensar en algo así: Rozagante y entusiasta, lleno de juventud, padre de dos niños pequeños, hijo y esposo: un mundo de triunfos musicales por delante y compromisos por doquier en Colombia y el mundo, para conciertos que jamás ocurrirán.

¿Fue la velocidad? Probablemente. ¿Tal vez el deterioro de la vía? Es posible. ¿Quizás un descuido humano? Tal vez. ¡Qué importa! Cantaba unas horas antes y luego, su voz y su mirada simplemente quedaron en la penumbra para siempre.

Una dolorosa lección sobre la efemeridad. Solo queda aprender y que sigamos viviendo, con intensidad y gratitud cada minuto, aquellos a los que aún nos corre la sangre por las venas y nos palpita en el pecho el corazón.

Queda la gloria del recuerdo, el homenaje de la memoria y el aprendizaje para quienes transitamos aún este camino. Habría que adaptar para él la poesía de Barba Jacob y decir:  Vagó, sensual y triste, por los rincones del caribe; en el Guatapurí vigorizó el aliento; la tierra colombiana le dio su rebeldía, su libertad, su fuerza… Y era una llama al viento…

Era una llama al viento y el viento la apagó.