Opinión: Volver al Valle…

Por Hugo Illeras 

Mientras el avión decola en la pista de Valledupar en medio de la lluvia pienso en lo grato que ha sido volver al Valle. Qué lindo el Valle, qué linda Valledupar. Los malos momentos vividos, que no vamos a recordar, han quedado atrás y el corazón alegre ha vuelto a reír. Y el acordeón de la vida ha vuelto a sonar. Y las gargantas de los juglares han vuelto a cantar. El solo grito de mi compadre Pacho de la Hoz, al verme entrar a la sala de equipajes, ¡hola Compi!, me hizo sentir en aquellas ciudades nuestras sencillas, amables, felices. Esos pueblos que se volvieron famosos en los cantos vallenatos. Valledupar ha crecido, en desarrollo y población, sin perder esa sencillez que lleva mucho de alegría y mucho de amistad. Volver al Valle nos ha dado la satisfacción de comprobar que las ciudades pueden crecer, se pueden desarrollar, y pueden abrir las puertas del progreso sin tener que deponer los cimientos de la raza. De esa raza que incluye criollos, descendientes de europeos que entraron por la Guajira y nuestras tribus madres Wayuu, Kankuanos, Aruhacos, Wiwas y Kogis.

Me encantó que no se haya perdido el sentido de la amistad. De esa amistad que comienza por el primo, que sigue con el primo hermano y que se consolida con el compadre. Me encantó que en el Valle se siga dando el abrazo cálido. Ese que se recibe con gratitud porque viene de personas buenas y sinceras. Ese que viene acompañado de un grito de bienvenida y una sonrisa de felicidad por el reencuentro. El Valle resistió el mal tiempo de los malos sin claudicar, sin deponer, sin rendición y ahora celebra el buen tiempo de los buenos.

Ver al Valle desde el aire y andar por Valledupar sintiendo el cariño, el saludo y la calidez de la gente me hizo remover los viejos tiempos. Los tiempos de los abuelos. De esos abuelos que enseñaban con el buen ejemplo. De los amigos sinceros, de los compadres del alma. De los compañeros del colegio como William Díaz Bermúdez que se quedó allí para siempre. Del barrio, de los vecinos. Aquellos buenos tiempos los sentí en el Valle.

Me encantó ver el interés de la juventud en el conversatorio programado en el Auditorio Luís Rodríguez Valera de la Gobernación del Cesar por INDUPAL, Uparsystem, Rudato, SERDEPORTES y Álvaro Cordero y reencontrarme con la vieja guardia del periodismo deportivo. Ver reunida a la juventud con la experiencia para hablar sobre la televisión deportiva, sobre la influencia de la Internet en los nuevos medios de comunicación, y escuchar las experiencias de este servidor me causó grata impresión. Habíamos programado conversar una hora y fueron más de tres. Fue algo que me hizo sentir agradado porque es bueno saber que lo sembrado ha dado buenos frutos.

La vida me ha enseñado que hay momentos mágicos, únicos, irrepetibles. Esa magia sentí frente al río Guatapurí en el Balneario Hurtado. Allí me quedé en silencio con Lizeth y mi compadre Pacho viendo como pasaba el agua cantarina saltando de piedra en piedra. Escuchando las risas de los niños cuidados por sus padres y de los vallenatos perennes que no callan jamás. También en el desayuno del Hotel Vajamar. Las arepas asadas que saben a viejos tiempos y el queso hecho como siempre, como inventaron los abuelos. Ese queso que sabe a queso y no a químicos. Sí, esta es la vida que todos merecemos.

Mientras vamos camino al aeropuerto para regresar a Bogotá, le comento a mi compadre Pacho que hay que impulsar el turismo de los ríos Cesar, Guatapurí, Badillo, Ariguaní y Cesarito. Impulsar el camino de los pueblos míticos, esos que volvieron famosos los compositores vallenatos. También el comercio directo de las artesanías de nuestros indígenas para que ellos ganen más y no menos como pasa con los intermediarios. Pude comprobar que una mochila que en los centros comerciales de las grandes ciudades vale cuatrocientos mil pesos en el Centro de Artesanías Calle Grande solo cuesta sesenta mil. Esas mochilas tan famosas en el mundo entero donde se cotizan en cientos de dólares.

Volveré al Valle. Regresaré a Valledupar. Quiero contagiarme de la gente buena y sencilla. De la gente que no claudicó en el tiempo de los malos. Caminar por sus calles limpias y darle un abrazo a la gente amable. Quiero seguir viendo ese desarrollo y esa prosperidad que es evidente. Evidente en su desarrollo comercial y de finca raíz. Y evidente en su gente. En esa gente buena y cordial. En esa gente que descubrió que la felicidad está en las cosas sencillas. Como el sonar de acordeones, como el canto del juglar, como la parranda eterna, como ese trago escocés que viene de muy lejos pero que aquí sabe mejor.

Bendito Valle, benditas sierras, bendita su gente.

Volveré, prometido…